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Evitemos hablar de etiquetas, hablemos de personas

Las etiquetas están en todas partes. Los seres humanos, a lo largo de nuestra historia, hemos creado un sin número de formas de nombrar las cosas que nos rodean. Un grupo de etiquetas se suelen asociar a las características de las cosas que vemos a nuestro alrededor, por ejemplo, su color o su tamaño. Pero esta habilidad para señalar las características de objetos no sólo se ha extendido y empleado hacia los elementos físicos que nos rodean, también hemos creado etiquetas para describir aspectos de nuestro comportamiento y el comportamiento de otros, lo que ha traído consigo algunas complicaciones.

Antes de que se estableciera y considerara la Psicología como ciencia, se han usado términos como locura o posesión demoníaca para hacer referencia a formas de comportamiento consideradas inusuales. Es aquí donde nos topamos, más en la actualidad, con las etiquetas normal o anormal. Pero, además, se ha aplicado este etiquetaje a cómo una persona se comporta en determinadas situaciones. Ejemplos de ello son atribuir características en las relaciones interpersonales como ser extrovertido o introvertido; o las capacidades físicas e intelectuales como ser fuerte, débil, inteligente, creativo, poco inteligente.

A pesar de que el etiquetaje es útil, pues nos permite describir los objetos percibidos, los sucesos que están ocurriendo y las formas en las que las personas se comportan; su empleo en el ámbito del comportamiento humano no ha resultado del todo inofensivo, pues se ha observado, de forma sistemática, que su uso tiene un efecto secundario muy perjudicial: la cosificación de las personas.

La cosificación es el acto de justificar el comportamiento de una persona, a partir únicamente de uno o varios rasgos particulares, aspecto que, a su vez, alimenta la toma de decisiones alrededor de la vida de la persona y la construcción de ideas en torno aspectos como: el éxito o fracaso que podría tener en una actividad, o el delimitar qué cosas puede o no puede hacer. De esta forma, son diversos los ámbitos de la vida de una persona que se pueden ver afectados por este proceso: el laboral, el académico, el familiar, el legal, el individual y autoestigmatización, y el institucional (Balasch et al., 2016; López et al., 2010).

El que se emplee esta herramienta para delimitar a un individuo a partir de determinados rasgos, constituye un problema muy importante, pues se torna difícil discernir en qué punto las dificultades de una persona se mantienen, o incluso se originan, por el etiquetaje que se ha realizado; sea a través de la complacencia, la negligencia o el maltrato activo.

Además, específicamente en el ámbito psicológico, encontramos etiquetas y categorías, como al hablar de niveles de inteligencia o tipos de personalidad, que guardan en su empleo un error grave, imposible de pasar por alto: el error ergódico. De forma simple, el teorema ergódico establece que los promedios y datos categoriales obtenidos en estudios con grupos de personas son inaplicables para la predicción de las trayectorias individuales, de forma que la mejor manera de estudiar los fenómenos psicológicos es individualmente, en el caso por caso.

Esto no quiere decir que se debe ignorar la información que los promedios y las comparaciones de un individuo con su grupo nos puedan proveer, por el contrario, es posible que esto nos alerte, como psicólogos, sobre algo que ocurre en el plano individual y que por otras vías no podemos conocer. Sin embargo, esto por sí solo no es argumento suficiente para limitar al individuo de ninguna forma y predecir completamente su comportamiento.

¿Por qué es importante mencionar esto? Porque al cosificar, y encontrar en ello justificaciones de todo tipo, en nombre de la comprensión de un individuo, puede resultar muy sencillo pasar a ser cómplices pasivos, o incluso activos, de prácticas donde se mira a la persona en función de la etiqueta que se le ha atribuido, sea esta un “atributo de personalidad”, un “trastorno mental”, un “problema del desarrollo”; prácticas donde no se mira a María, a Juan o a Pedro, sino a la histérica, al depresivo o al autista. Con esto estamos en riesgo de establecer una trayectoria de vida para ellos, prefijada completamente por nosotros; lo que a su vez prefija nuestras actitudes y posiciones frente a ellos.

No hay que perder de vista la unicidad de cada vida, en cuanto a que todos los elementos dentro de las etiquetas que podemos reconocer interactúan con las historias de vida de cada individuo, con sus culturas y con otras dimensiones de sus comportamientos, como sus sentimientos, pensamientos, valores, sueños, metas, expectativas. Es imposible, si se quiere realmente ayudar a una persona, divorciar estos elementos entre sí y no observar a Juan como Juan, de forma completa e íntegra.

Reconocer dicha integridad humana, y tenerla siempre presente, no implica la negación de las dificultades y el sufrimiento de cada individuo, por el contrario, las considera al mismo tiempo que se apoya sobre las particularidades y diferencias de cada historia de vida: nacer en cuerpos diferentes, crecer en familias diferentes, vivir en lugares y culturas diferentes, bajo niveles socioeconómicos diferentes; entre miles de diferencias que nos hacen únicos e irrepetibles.

Si queremos hacer algo al respecto, sin tener guiones prefabricados, esto nos da el permiso y apertura para decir: vamos a ver qué podemos hacer.

Créditos:

Autor: Jhonnathan Sulbarán.

Edición de texto y contenido: Sofia Jardim.

Entrada inspirada en el blog de Steven C Hayes (2021) How my Son’s Black Belt Reveals the Biggest Scientific Error in Our Culture Today. Enlace de la entrada: https://stevenchayes.com/how-my-sons-black-belt-reveals-the-biggest-scientific-error-in-our-culture-today/

Otras referencias:

Balasch, M., Caussa, A., Faucha, M., y Casado, J. (2016). El estigma y la discriminación en salud mental en Cataluña 2016. Spora Sinergies SCCL.

López, M., Fernández, L., Laviana, M., Aparicio, A., Perdiguero, D., y Rodríguez, A. (2010). Problemas de salud mental y actitudes sociales en la ciudad de Sevilla. Resultados generales del estudio “Salud mental: imágenes y realidades”. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 30(106), 219-248.


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